viernes, 7 de diciembre de 2012

Huir de escribir para no pensar. No, huir de escribir para no sentir. Ese es el único signo de cobardía que me permito.
Pero a veces las palabras salen a borbotones y no puedo dejar de rumiarlas y acaban por colarse en mi muy ordenada vida. No es la primera vez que confieso que por dentro estoy llena de palabras y eso no hay especialista que lo pueda diagnosticar.Despertar a media noche para comprobar que aún duermo. Dormir para no recordar los sueños.
Me amparo en la realidad, pero la realidad es una novela de Dickens y no puedo permanecer ajena a ella, no puedo verla pasar con los brazos caídos ni la boca cerrada. No valgo para eso, y miren que me educaron para ello pero al final va a ser verdad lo de mi conciencia floja y mi espíritu de contradicción. No quiero escribir pero escribo porque si no estallaría.
Jubilados que aceptan de buena gana que les hagan dos recetas en lugar de una para poder darle un medicamento para el cáncer a quien no puede pagarlo.
Niños que tienen que escuchar que deben hacer cinco comidas al día y en su casa el dinero no da ni para dos.
Mujeres que se prostituyen para llevar algo a casa.
Y aún así, nada arde, nada pasa, nada se mueve.
Supongo que va a ser verdad que no se hacen revoluciones con el estómago vacío. Y por eso, precisamente por eso, me pregunto si a quienes aún nos llega para comer, no deberíamos empezar esa lucha. Pero esta vez en serio.